"Seguramente todos muertos, como algunas lenguas",
FRANCISCO LAYNA RANZ
Tengo una máquina expendedora
en el vientre.
Sin embargo, no le rezo a ningún dios.
¿Qué no hago muerta en la víspera
del trabajo?
En mi pantalla desfilan videoclips
de aire francés, tomo un vino,
soy más átomo que nunca,
los ácaros corretean por mi cara,
mi gata es ajena a mis pensamientos,
la cocina está bastante arreglada,
hice limpieza,
el pasillo es largo
y ya no desfilo en plan canino
babeándole al universo.
¿Qué no hago muerta como polilla
en la lámpara?
Solo he venido a decir
que soy mortal
y lo sé de siempre.
Una lata de conservas tiene
más inmortalidad que yo.
(Cuando las niñas jugaban en el patio
a la goma, en los ochenta,
yo sabía que moría,
que se morían también los pobres coronials.
Me vestía de tautología
por ahora y por entonces).
Por cierto, tú no vendrás al poema.
Tú es un pronombre y tú
eres lo más irreal
de todo.
El resto, la muerte, mi casa,
es la pura realidad
y con mi pan me la coma:
la calma caída del árbol
(la buena fruta),
-insisto, que vire tu pronombre
y se marche como los franceses-
la calma caída del árbol,
la escritura, las sábanas cambiadas,
nadie o alguien tras la puerta
sosteniendo la llave.
¿Qué no hago muerta
a estas horas?
¿Qué no haces, Carolina,
(Emily, o Virginia)
yertecita como dicen los apuntes,
la Nueva Gramática,
o el año 20?

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