viernes, febrero 14, 2025

BROLIGARCAS DE PASILLO

Ahí están, los broligarcas de pasillo, de todos los pasillos del instituto. Van y vienen al gusto, entran en otras clases para boicotearlas casi rozando el dintel (son todos altos como cipreses, nos hacen una buena, o mala, sombra); quien no los conociera intuiría que están unidos por un cordón, que forman lo que la crítica feminista ha llamado “fratría” (Amorós, 1992). A menudo, al salir de un aula, los encuentro agrupados, sin hacer nada exactamente, solo ostentando su presencia de almena, de cimborrio, de chimenea industrial. Suelen emitir sonidos más propios de animales salvajes que cautivos (¿no lo está el ser humano, en el trabajo, en las escuelas, en la ciudad?); intimidan con el cuerpo, · hay que rodear para conseguir atravesar los corredores y dirigirse a otros espacios que penetrar.
Una vez tuve un incidente con un broligarca, casi me golpea por ir mirando desde arriba, por no percibir (no querer notar) mi cuerpo de profesora de Secundaria que caminaba en sentido contrario. En lugar de disculparse, me impuso sus balbuceos despectivos -imagínese una en un pasillo con un Musk golpeándose el pecho-. Me dio la espalda, le seguí hacia su clase, le pedí una explicación por su rudeza, no me contestó -la omisión, esa herramienta del “patriarcado de consentimiento” (Puleo, 1995)-. Insistí (qué costoso) y le pregunté su nombre: él seguía andando y dándome la espalda, sospeché que me daba una identidad falsa, le pregunté a su profesora; en efecto, era otro el broligarca; tuve que ponerle una amonestación por escrito, que él y su familia se pasarían por la “genitalia” (normalmente, estos hombrecillos proceden de un largo camino de protecciones y consentimientos en el seno familiar, digo normalmente).

Lo comentamos algunas docentes (tendríamos que preguntar a las estudiantes, algunas todavía muy pequeñas si son de 1°ESO): estos alumnos no nos respetan y nos atemorizan. Por eso, hoy me puse unas botas que no uso, con pronunciado tacón. Desde que tengo una visión consciente de los mecanismos del siglo XXI, que reparte privilegios a los hombres como si fueran "flyers", no me pongo un calzado que me impida correr ni me destroce los pies. Como decía, hoy me puse tacón porque tengo guardia a segunda hora y, cuando me tope con los broligarcas del pasillo, quiero probar si el miedo se me va desde arriba.






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