El universo me dijo que eligiera:
-Sé madre sola
o mete la cabeza en el horno.
¿Sabéis que hay bocas que rezan
por las poetas sin descendencia?
En fin, fui al IVI con mi hermana
después de que un hombre
me dejara en la víspera
de mi cumpleaños.
Como regalo de cumpleaños me hizo
un masaje de pies.
Luego:
Prueba reserva ovárica.
Receta ácido fólico.
Hermana guardándome el secreto
pasada ya la edad de Angustias Alba.
La mañana del 11 de febrero de 1963,
Sylvia Plath se despierta,
prepara el desayuno para sus hijos
y se quita la vida
metiendo la cabeza en un horno
tras abrir la llave de gas.
En cada Comunidad Autónoma,
las reglas para ser madre suelen variar,
pero, por lo general, existen
una serie de requisitos.
El primero, que no menos importante,
es que la mujer debe ser menor de 40 años.
Un conocido será padre a los 50 años.
Mi tío Enrique fue padre segundo a los 70 años.
[AQUÍ VA UN UNIVERSO DIFERENTE
QUE APRIETA BIEN LA BOCA].
En 2019, yo rozo los 42.
Un hombre que asegura ser mi amor
me deja sin previo aviso.
(El aviso es, en verdad, su violencia).
-Quiero tener un hijo contigo -le aseguro,
porque el universo me lo ha dicho.
-No recuerdo esta conversación -me dice
aquel hombre con cara de bruma
o camino polvoriento.
Por la calles, todos los paneles
rezaban ofertas y alegría placentaria.
Ser madre sola sonaba a sueño,
a juego al que poder jugar
por no perder la cabeza en un horno.
Se sostuvo la historia apenas un mes.
Cancelé las citas por indisposición de mente.
Lo entendieron, fueron amables.
El hombre con cabeza de río turbio
me impedía ser madre.
La devastación no me cabía en el cadáver.
Me di por muerta.
Una muerta no tiene descendencia
a menos que se considere como tal
larvas de mosca.
Emily Dickinson no produjo hijos.
Ernestina de Champourcín no produjo hijos.
Gloria Fuertes no produjo hijos.
Hay bocas arrugadas
que ponen oraciones en la memoria
de todas las poetas que no fabricaron hijos
con un persigno muy católico.
Dejemos hoy, aquí, entonces,
un ramo en la tumba de mi maternidad.
He salido a la vida y he bailado.
Justo ahora aparezco en mi foto sonriendo.
No pido oraciones. Marchad a misa.
Me basta la vértebra que me sujeta.
Yo rezo ahora
por las caras del río turbio,
por las manos del camino polvoriento,
por las bocas del cerdo lechal.
[AQUÍ VA
UNA BRISA DE SOLEDAD QUE CABE EN EL PECHO
A PESAR DE LAS LARVITAS].
La tumba de mi maternidad
pueda ser
una pista de baile.